(Hoy hablamos con un pamplonés de 63 años que nos cuenta su situación. Le explicamos el proyecto del blog y demuestra mucho interés. Durante más de hora y media nos habla sobre gran variedad de temas relacionados con el sinhogarismo y su propia vida. Acompañamos el texto con imágenes que él mismo aporta.)
¿Se me estará poniendo a mí cara de indigente? Porque entro al supermercado, o a cualquier tienda, y siento que los dependientes me miran. Me siguen con la mirada a ver si robo algo, o a ver si hago algo raro. La verdad es que últimamente me da miedo mirarme en el espejo. Ayer me decía un amigo que se miró en el baño del albergue y le pareció que le habían caído como diez años de golpe. Eso es muy duro. Yo, la verdad, ya no sé si tengo pinta de indigente. Conozco a uno que ha vivido años buenos como yo y cuando pasa un conocido se esconde detrás de la esquina, no quiere que lo reconozcan. Si pasa la villavesa* yo antes me escondía, ahora ya no. Si alguien me conoce de tiempos pasados, pues que me vean. Sí, estoy en el albergue, qué pasa. Y mira que yo me he codeado con las altas esferas, aquí y en otros países. Pero bueno, he caído aquí, y qué, al menos sigo vivo, quizás por el aliciente de tener dos hijos a los que adoro y quiero, que me hacen superarme. Hay una razón principal, cuando uno va a un albergue es porque no tiene forma o modo de ir a otro sitio. Uno me decía: «Esto es el fondo». Y yo le dije que no, que todavía se podía excavar más en la tierra y llegar más abajo.
(*Villavesa es como se le llama al autobús urbano en Pamplona.)
Yo cuando entré al albergue entré llorando, como hombre que soy, pero llorando. No salí de la habitación durante semanas. Luego ya sí. Empecé a hablar con uno, con otro, a asumir que estaba aquí. Cada día duermo en un sitio distinto, con alguien diferente. Gente que bebe, que huele… (¿que ronca?) ¡El que ronca soy yo! ¡Que tengo apneas! (ríe).
Luego por la mañana, a las nueve, tenemos que salir todos y no podemos volver hasta las nueve de la noche. Esas doce horas en que la gente sale son lo más triste que una persona puede vivir. Yo me voy a la biblioteca, leo, utilizo algún ordenador, y así paso el día, de biblioteca en biblioteca. A un bar no podemos entrar, porque para estar en un bar hay que pedir algo, y normalmente no tenemos para gastar. En la calle con este frío ni pensarlo. Los sábados por la mañana me voy a la biblioteca de Mendebaldea, que es la única que abre y me parece una pasada. Es enorme y hay de todo, cientos de libros y de espacio para sentarse.
(Los domingos no abre ninguna biblioteca, ¿verdad? ¿Cómo pasas el tiempo los domingos?)
Los domingos son lo peor. Son un infierno. No hay nada que hacer ni ningún sitio a donde ir. En esos días es cuando te entra la desesperación. Ves a la gente tomándose un pintxo en las terrazas y dices: «¡Joder, se pueden gastar cuatro euros!». Aquí mucha gente cobra la renta básica, y por ello los primeros días del mes son los más conflictivos. Ven el dinero y se vuelven locos, no saben qué hacer con él. Cuando llegan las nueve de la noche, el que bebe, llega más bebido. El que se droga, llega más drogado, y así. Luego claro, hay peleas, conflictos, expulsan a alguno del albergue, de todo. Pensad que a ninguno de los que estamos aquí nos van a alquilar una casa, porque piden dos o tres nóminas, fianza, contrato fijo de trabajo. A algunos se nos ha ocurrido que entre varios podríamos pagar el alquiler de un piso y compartirlo. Algunos se piensan, no sé si por mi edad o por qué, que si lo pido yo me lo van a dar. Pero qué va. Sino lo pediría encantado y montaría un piso compartido para tres o cuatro. Te dan el dinero pero no te dan salidas sociales. Por mucho que guardes el dinero, no puedes alquilar. Hay un problema de vivienda bestial. Yo vine aquí porque me fueron subiendo el precio del alquiler hasta que llegó un día en que no lo podía pagar. Y este es un problema que va in crescendo. Pagamos la luz más cara de todo Europa. Fijaos en cómo ha subido el precio de la luz, del agua, desde la crisis. La crisis ha destrozado muchas vidas, ¡os lo digo yo!
Aquí, en el albergue, cada vez somos más. Nos juntamos gente desde los dieciocho hasta los sesenta y cinco años. Porque una cosa es el crecimiento del país y otra el crecimiento de la desigualdad. Espero que el Gobierno de Navarra tenga un planteamiento claro, porque esto se está quedando pequeño. ¿Cuántos habitantes tiene Iruña? ¿Doscientos mil? ¡Y en este albergue sólo hay cincuenta plazas! No tiene sentido. Mirad como está esto con el protocolo de ola de frío. (Nos enseña fotos en las que se ve el salón del albergue lleno de colchones.)
(Nota: Cuando se activa el protocolo de ola de frío, por debajo de los tres grados centígrados, el centro tiene la obligación de acoger a todo el mundo aunque supere el aforo para el que está diseñado. No es extraño que sea necesario poner colchones en el suelo en las zonas comunes.)
Por otra parte, entre muchos de los que estamos aquí hay muchísima amistad y compañerismo. El que pide, cuando tiene, da y comparte. La gente que vive en la calle se apoya mucho entre sí porque no tienen otra cosa, y en la calle están muy desprotegidos. Hay quien ha sufrido agresiones. Estás durmiendo en un cajero y te echan ácido y te roban todo lo que tienes. He oído de casos de aquí de Iruña, no quiero ni pensar lo que pasará en ciudades grandes como Madrid. Yo he vivido en muchos lugares distintos y puedo decir que entre los huéspedes del albergue tengo verdaderos amigos. Nos llamamos al teléfono, nos preguntamos unos a otros qué tal nos va. A veces veo a amigos pidiendo en la calle y me detengo a darles ánimos y a hablar un rato con ellos. El otro día un amigo que pide me dijo: ¡Ayúdame, tío! Y yo le dije que poco podía hacer por él, que estoy en su misma situación. En realidad todos los que estamos aquí estamos muy faltos de cariño y de amor. Ayer me abrazaron y pensé: Joder, qué bien sienta. Hacía muchísimo tiempo que nadie me abrazaba. Los abrazos son muy importantes, te dan mucha energía. Un día les dije a los educadores que eran como mi familia. Y es que, amigos, no hay cosa más triste que pasar la navidad en un albergue. Si no tienes familia quizás no sea tan duro, porque simplemente estás con gente que es como tu. Pero yo que sí que tengo familia lo pasé muy mal, en nochevieja no quise ni tomar las uvas, me metí a a la cama a las nueve y media.
Mirad, esta experiencia también me está aportando para bien. Ando muchísimo y mi forma física ha mejorado. Aunque tengo los pies llenos de ampollas, la verdad, los tengo destrozados… Lo que quiero decir es que estoy aprendiendo mucho sobre la vida. Creo que todo el mundo debería pasar por esta experiencia aunque fuera durante unos días. Está siendo durísimo pero una cosa no quita la otra.
Otro tema que me preocupa mucho es el de la reinserción, y es que los que estamos aquí no vemos el futuro por ningún lado. Además, estar en esta situación es un círculo vicioso, porque cuánto más tiempo pasas así, menos probable es que salgas, pienso yo. A veces creo que directamente es imposible dejar de ser una persona sin hogar.
(Comentamos que conocemos casos de personas que colaboraron con este blog en su día, y actualmente han conseguido trabajo y son autónomos.)
¿Y dónde están? Porque me encantaría conocerles. Sería una idea estupenda traer a alguno, porque la verdad que muchos perdemos la fe. Creo que hay un porcentaje de gente recuperable entre los que estamos aquí. Gente lista, válida. Pero el que lleva ya cinco años viviendo en la calle… ¿Cómo va a volver a la sociedad? ¿Y el que lleva diez, quince, veinte años? Esas personas no pueden llevar una vida, digamos, normal. Ya están acostumbrados a la calle, la calle es su casa.
En fin, yo creo que la gente necesita más actividades en los albergues. ¿Sabéis qué es lo peor de estar aquí? (Se señala la frente). La cabeza. Aquí la cabeza no tiene que estar pensando, porque se destroza a sí misma. Yo estaría encantado de hacer algo, yo que sé, de ir a algún taller a pelar cables, aunque sea. O de hacer actividades, como esto que estamos haciendo ahora, este proyecto del blog. Este albergue no me parece que esté mal, para lo que hay, aunque sí que creo que hay cosas que se podrían mejorar. Siento que tenemos muy poca intimidad, y sobre todo, ¡más actividades! Para no darle tanto a la cabeza y para que la gente se sienta útil, porque aquí hay personas que valen mucho.